Hablar de pueblo, de resistencias, de luchas, implica hablar de hombres y mujeres que aportan con su práctica cotidiana al proceso de cambiar nuestro país. Hombres y mujeres, en partes similares, construyendo sus organizaciones que los contienen.
Por eso, para hablar de las mujeres de esta patria, las que nos ponemos al hombro las tareas de construir una Argentina mejor, las que no nos quedamos enpedir permiso para definir nuestro lugar de lucha, las que todos los días, con nuestro trabajo y militancia apostamos a transformar este país en uno en el que reine la dignidad para nosotras, nuestros compañeros ynuestros hijos, es necesario que lo hagamos desde la lectura de un pueblo que no se rinde, que una y mil veces se levanta de sus derrotas, pero que siempre, vuelve a definirse por la pelea por una vida digna, que merezca ser vivida. De un pueblo que se organiza, se junta, y define sus necesidades, sus derechos, y su voluntad de conquistarlos. Dentro de esa lógica, es que creemos que debe hablarse de mujeres, cuando se aborda el tema de género en nuestro país. Hablando del conjunto de los procesos de lucha, que cobijan a las mujeres junto al resto de los sectores que resisten. Abordando las particularidades de la mujer, pero sin perder de vista ni un instante, que las mujeres son parte de un grupo más grande, en el que juntos,hombres y mujeres, definen su historia. Y esta historia, para nosotros, debe ser necesariamente de lucha.
La conceptualización de género, lo que se entiende por femenino o masculino, los roles y expectativas que implican, tienen que ver con construcciones propias de un determinado momento histórico y en el seno de relaciones de producción y poder concretas. No existe la femineidad en abstracto y eterno, como no existe la masculinidad, la niñez o la vejez como conceptos absolutos. Son todas construcciones de una cosmovisión cultural, que se permea en todos los ámbitos de la vida y que condiciona las prácticas en su sentido más general. La concepción del género, no sólo se transforma a través del tiempo, sino que tampoco es una categoría unívoca a través de los distintos sistemas culturales. En ese sentido, seguramente los patrones de lo que se considera género femenino, lo que se espera de él, lo que se supone que tiene permitido socialmente o no, varían según las creencias de cada pueblo determinado, siendo imprescindible que nos opongamos a todo tipo de reduccionismo que plantea la caricatura de la mujer occidental como libre, mientras que los paradigmas de las culturas orientales o medio orientales suponen a una mujer sojuzgada. Pobres de aquellas que, de este lado del mundo, oprimido y dependiente, trabajen 10 horas o más, tengan sueldos misérrimos, no tengan salud, ni educación ni para ellas ni sus familias, pero piensen que son libres por no usar un velo, o por poder llevar una pollera por encima de la rodilla. La mujer no es más ni menos libre según el tipo de vestimenta que elija, ni ejerce más o menos el poder por la existencia de leyes de cupo femenino. Las luchas por el ejercicio del poder dentro de una sociedad tienen un carácter estructural, donde las peleas de género son, en ciertas ocasiones, un ejemplo más de estas contradicciones.
En nuestro caso, dentro de un país estrictamente dependiente, heredero de un orden social básicamente patriarcal, la lucha de las mujeres por revertir la situación de subordinación en la que tradicionalmente se han encontrado, no puede estar separada de la lucha de clases. Nos equivocamos si pensamos que el enemigo a combatir en esta lucha es el hombre. El enemigo es el sistema capitalista colonial y el modo de dominación y explotación que genera las condiciones para que la mujer, entre otros grupos, esté en inferioridad de condiciones. La mujer es blanco de las prácticas y creencias represivas desde lo cultural y religioso, esclava de un núcleo familiar y patriarcal desde la tradición y la organización social, y variable indiscutible de ajuste desde lo económico. Todos estos, constituyen formas organizativas históricas y concretas, indispensables para que el capital haga andar la rueda permanente de su reproducción.
Una muestra de esto, es la desprotección sanitaria. Cuando hablamos de fallas del sistema de salud reproductiva, debemos tener presente que en la Argentina no hay acceso popular a la salud de ningún tipo, porque ésta ha sido privatizada, se la concibe desde una idea mercantil y no hay política sanitaria hacia los sectores populares. El aborto clandestino (se hacen cerca de 500 mil por año) es hoy la principal causa de muerte materna (más del 20%). Y este es un problema al que hay que atender no por ser mujeres, sino por ser mujeres pobres, porque a las personas del sexo femenino que pertenecen a las clases medias y altas de la sociedad, no se les va la vida al practicarse un aborto. Nosotras estamos a favor de la vida, y creemos que las mujeres de los sectores más humildes de nuestro pueblo, las más vulneradas por el sistema, tienen todo el derecho de decidir cuántos hijos tener, y en qué momento tenerlos; y para eso el Estado debe garantizar los medios necesarios para que esto suceda en las mejores condiciones de salud.
Actualmente estas mujeres mueren desangradas en la cama de un hospital público, con las manos esposadas a esa cama, acusadas de cometer un delito. Por eso, decimos que estamos a favor de la vida, y exigimos medidas sanitarias indispensables. Entre ellas, la legalidad del aborto. Porque la muerte por aborto clandestino es un problema de clase no de género. Los hombres, los hijos y compañeros de esas mujeres que mueren por esta causa, no saben de problemas de género, porque también sufren las consecuencias.
Pero para hablar de la desprotección sanitaria, hay que sumarle que en nuestro país se mueren cerca de 25 chicos por día de causas evitables (especialmente bajo peso y enfermedades respiratorias, ambas producto de la pobreza), que no existe atención a la salud de la tercera edad, que los hospitales públicos están colapsados y que las salas sanitarias no cuentan ni siquiera con insumos básicos.
Idéntico análisis podemos realizar, si hacemos una lectura respecto a la situación de la mujer trabajadora que efectivamente es altamente vulnerable. En el contexto de un mercado de trabajo sobreexplotado, que debió soportar la precarización instaurada en los 90, con las consecuencias de la flexibilización laboral, donde el trabajo precario, el subempleo, la desocupación y el ingreso masivo de la mujer a la búsqueda de empleo como estrategia de supervivencia familiar fueron algunos de los indicadores de la destrucción de la Argentina productiva, situación que hoy sigue estrictamente vigente.
La ideología burguesa amplió y romantizó la vinculación de la mujer a la esfera doméstica, al mismo tiempo que volvía trivial ese vínculo y lo disociaba del trabajo realizado fuera del hogar.
Los capitalistas promovieron, y lo siguen haciendo, la ideología de la femineidad doméstica para justificar los bajos salarios pagados a la mujer, su indispensabilidad en el hogar y para impedir que se organicen.
Por lo tanto, es necesario realizar un análisis de la división del trabajo por géneros, dada la situación actual de una sociedad excluyente – producto de las transformaciones estructurales del neoliberalismo - donde hay una pobreza estructural de la cual ya son víctima tres generaciones de argentinos. Por eso, cuando hablamos de división del trabajo lo entendemos en su sentido mas amplio, queriendo denominar a los trabajadores desocupados y subempleados, así se puede visualizar los fenómenos de las clases sociales, dominación y relaciones de producción y distribución y, por el otro lado, aquellos relativos a la opresión a las mujeres como integral al análisis de una formación social.
O cuando se toca la temática de violencia contra la mujer, siendo indiscutible que los índices de agresiones contra mujeres son cada vez más altos. Pero a la violencia doméstica y a la violencia en general hay que verla dentro del contexto de una sociedad cada vez más agresiva, con severas consecuencias para los pobres y marginados. Tal es así que junto a las mujeres, los niños y los ancianos, pasaron a ser grupos en situación de riesgo.
Podríamos llenar hojas enteras ejemplificando la problemática de la mujer en el contexto más amplio de la situación del país entero. No es nuestra intención desmerecer la particularidad de la cuestión de la mujer con esto. Muy por el contrario, es una invitación a coincidir en que el único modo de abordar una solución a estos problemas se encuentra de la mano con la lucha por transformar la patria.
Todas las manifestaciones de la violencia sobre la mujer, de sojuzgación, deben ser tomadas, sin dudas, como trincheras desde la cual generar la conciencia de lucha y resistencia. La pelea por los derechos de la mujer debe convocar a todos los compañeros y compañeras sin perder por eso cual es el enemigo último.
Por eso, la contradicción principal es antiimperialista y de clase. Aún para hablar de mujeres, debemos tener siempre eso en mente. Porque no existe una especie de solidaridad de género, que establezca problemas comunes a las mujeres, como si éstas fueran una única identidad posible, meras portadoras de un sexo subalterno. Por más mujer que se sea, por más sexo ninguneado al que se pertenezca, no hay posibilidad de comunión entre los intereses de los explotados y los explotadores. Quien es patrón, no deja de serlo por más pollera que use; ni quien es funcionario/a, ministro/a o ejecutor/a de las políticas entreguistas, va a minimizar sus intereses antipopulares por sufrir algún tipo de menosprecio machista.
Quien es vendepatria, lo es sea hombre o mujer y con esos y esas, tenemos cuentas pendientes los y las luchadoras de nuestro pueblo.
Dada la realidad de nuestro país, donde más del 51 % de la población la constituyen mujeres y de esas el 40% corresponde a mujeres que no llegan a satisfacer sus necesidades básicas; cuando hablamos de mujeres en la Argentina, mezclamos en un mismo punto la situación de ciertas particularidades, propias de un género considerado histórica, cultural y socialmente como subalterno, con la innegable situación que pondera el lugar de miles de mujeres, trabajadoras, estudiantes, desocupadas, madres, hijas, casadas, solteras... que a parte de ser mujeres, son parte de los enormes ejércitos de pobres y postergados que pueblan nuestro país. Esta situación de pobreza femenina se traslada a parte a la familia entera, ya que cerca del 30% de los hogares de la Argentina son sostenidos por mujeres. Doblemente subalterno, por tradición y por condiciones económicas, el lugar que mayoritariamente ocupa la mujer de nuestro pueblo, es un llamamiento a la resistencia por cambiar la sociedad entera.
Resistencia de la mujer dentro de la marea humana, en la que el bloque social revolucionario, conformado por hombres, mujeres, jóvenes, seamos capaces de organizarnos para subvertir el orden entero y, en ese proceso, revertir esas desigualdades que quieren ser mostradas como naturalmente justificadas.
Para esto, creemos que es necesario sobrepasar los límites propios de la pelea de género y abordar la lucha como un todo complejo, donde las mujeres sean uno más de los actores revolucionarios.
Con esa idea, nos hemos abocado a encontrar los ejemplos femeninos de aquellas que, en su propia lucha, enaltecieron el lugar de la mujer en la historia. Creemos que nombrarlas, ayuda a sacar del olvido o el silencio, a muchas protagonistas que fueron silenciadas, durante años de que la historia se hiciera a la medida de los hombres. No por esto, creemos que su rol fuera más o menos importante que el de sus compañeros de pelea. Justamente lo contrario, las nombramos, para que se integren a un relato donde lo que primó, fue la convivencia y la complementariedad entre los géneros. Fueron todas mujeres, que no pidieron permiso para hacer y que pudieron saltar las vallas de lo permitido. No las nombramos por haber sido ejemplos de la lucha por la mujer. Ninguna de ellas lo fue. Fueron mujeres que siendo madres, trabajadoras, amas de casa, jefas de familia, estudiantes, esposas o no, tomaron un lugar protagónico en la lucha por la construcción de una patria distinta. Las nombramos, por haber sido ejemplos de la lucha de resistencia, de la lucha revolucionaria. Haciendo esto, creemos que contribuimos a escribir una historia donde las masas son las que escriben su destino.
Entre ellas, como parte del pueblo que son, las mujeres, con sus características propias, sus momentos históricos y sus rasgos femeninos, escribiendo no sus propias páginas, sino las páginas de todo el pueblo.
La historia de América y, más puntualmente de nuestro país, está llena de estos nombres que han hecho de su práctica un ejemplo de cómo la lucha no pregunta de géneros a la hora de esparcirse entre el pueblo. Hay una lista larga de revolucionarias que desde la época de la conquista hasta nuestros días han aportado lucha, coraje, valentía y mucha decisión en pos de la emancipación en toda América Latina, sólo por quedarnos en esta parte del mundo. Hacer un racconto de algunas de ellas, permite ver que el lugar de la revolución no está reservado a uno u otro sexo, sino que en medio de un idéntico proyecto político, mujeres y hombres han sabido dar sobrada muestra de organización para romper las cadenas de su dependencia.
Arrancar por la altoperuana Juana Azurduy en la lucha por la Independencia es hacer honor a la primer capitana del ejército; aunque mucho antes ya había hecho lo propio Micaela Bastidas en Perú.
Lo mismo vale para la coronela Amelia Robles Ávila en la Revolución Mexicana, o en nuestro país a Eulalia Ares de las montoneras catamarqueñas; Manuela Pedraza contra las invasiones inglesas en el colonial Buenos Aires de 1806, o las hermanas Mirabal contra el régimen de Trujillo en Santo Domingo.
Ninguna de estas mujeres fue más o menos femenina que sus pares. No dejaron de andar con sus hijos y sus compañeros a cuestas o a su lado, y sin embargo, pudieron ir más allá de los lugares reservados por la patriarcal cultura dominante. Las primeras luchas de la independencia, como todo proceso de guerra popular, contaron con la participación del pueblo entero. Hombres, mujeres y chicos se dieron a la resistencia y al proceso de independencia de América.
Es cierto que la historia las ha ninguneado, y muchos las nombran sólo para marcar lo excepcional de sus figuras. Sin embargo, este silenciar de las mujeres revolucionarias no ha sido muy distinto del silencio que se le reserva a tantos otros revolucionarios, callados por la historia oficial que rescata un puñado de hombres depurados por los manuales escolares, dejando el lugar del olvido al grueso de los próceres de América.
Este ninguneo, por su puesto no se termina con las guerras de la independencia. También en los albores del siglo XX en nuestro país se siguió contando con ejemplos de aguerridas mujeres, al calor de la existencia de formidables procesos de luchas de masas. Ahí estaban ellas, haciendo sus primeras participaciones sindicales, o blandiendo la misma resistencia callejera que sus compañeros, como en la huelga de inquilinos de 1907, donde barrieron escobas en mano y con los críos colgando del cuello a la represión del régimen oligárquico que quería desalojar los conventillos porteños foco de resistencia y de organización libertaria. También combatieron cuerpo a cuerpo en la semana trágica de 1919 en la Buenos Aires de los inmigrantes anarcosindicalistas y las primeras resistencias obreras. No causalmente el día de la mujer rememora las luchas de principio de siglo de las obreras textiles, tan mal tratadas por el incipiente capitalismo que encontró en la explotación de la mujer una inagotable fuente de riquezas. Estas obreras, inmigrantes, pobres; sí, todas estas eran mujeres, aunque no andaban por los carriles de las defensas feministas. Mientras las feministas, muy acomodadas en sus posiciones sociales empezaban a saltar a la fama haciendo correctos y educados petitorios a favor del voto femenino, o fumando en público desafiando las costumbres en el té de la tarde, las mujeres de la patria salían de todos los rincones a hacer carne la defensa de los intereses populares, de hombres y mujeres, en un régimen oligárquico y proscriptivo del pueblo. Por eso, Evita, años después se convierte en una de estas mujeres aguerridas. No porque ayudara a que la mujer fuera tenida en cuenta en un cuarto oscuro, sino porque como mujer que era, reivindicando lo más plebeyo de su historia, se llevó puestos los límites que socialmente se le imponían, siendo representante de trabajadores y pobres, hombres y mujeres, que definieron que no retrocederían en sus conquistas adquiridas. También eran de ese tipo de mujeres, las mujeres de Rosario en la resistencia de Villa Manuelita, cuando el golpe de Aramburu desató la resistencia peronista. Para estas mujeres, nuevamente proscriptas por mujeres, por pobres y por peronistas, seguramente ésta fuera la antesala de su participación en el rosariazo, en el cordobazo o en el viborazo, donde, como en tantas otras puebladas de la historia se yerguen las mujeres, trabajadoras, estudiantes, luchadoras, junto a los hombres, demostrando imponentes jornadas de poder popular.
Éstas son las mujeres que han sido ninguneadas por la historia, aunque de ellas se parieron las experiencias que nutrieron la participación de miles de compañeras y compañeros en la construcción de un proyecto revolucionario. Miles de mujeres, que junto a miles de hombres avanzaban en el camino del socialismo, y que nutrieron las organizaciones armadas, y que en ese proceso de lucha desafiaron represiones, fueron presas, fusiladas y desaparecidas. ¿O qué clase de mujeres eran, sino, las fusiladas de Trelew? Sobran nombres de mujeres revolucionarias, no sería posible enumerarlas, porque la lista de mártires de los 70 se cuenta por miles. Pero ahí estaban, eran mujeres, normales, de carne y hueso, con hijos, maridos, trabajos; y las había en todas las organizaciones y en todos los puestos de lucha. Tan mujeres, como aquellas que siendo madres, se calzaron un pañuelo a la cabeza y salieron a la calle desafiando a la dictadura, como Azucena Villaflor, quien en su pelea y coraje enaltece el lugar de la mujer en la historia, pero no por mujer sino por luchadora. Esas mujeres son las que tomamos como referencia. Mujeres como Norma Plá, que enfrentó la desfachatez del menemismo y su desdén a los viejos y organizó a los jubilados para que encontraran la dignidad de la lucha al final de sus días. Las mujeres de Santiago, que después de meses de protestas estuvieron al frente de la quema de los edificios públicos que simbolizaban los poderes feudales de la provincia. O las compañeras de Cutral-co, o del puente de Corrientes, mujeres piqueteras, que la cocina la trasladaron a la ruta, que el pañuelo lo usaron para taparse la cara y que, con sus hijos en brazos rompieron a piedrazos y meta corte y fuego la inercia de quienes pensaban que para pelear había que juntar firmas o pedir permiso. ¡Y cuántas son estas mujeres, piqueteras, de autodefensa, cocineras de los centros populares o encargadas de cuadrillas, que desde su más alta femineidad desafían a la infantería en cada represión!. De esta madera están hechas las mujeres del Puente Pueyrredón, o las compañeras que fueron detenidas el 31 de Agosto del 2004, cuando repudiábamos al FMI, o las compañeras que le hicieron frente a Bush y Kirchner en Mar del Plata. Son mujeres como Sandra Ríos, Graciela Acosta, Yanina García, Romina Iturain, Eloisa Paniagua, Mariela Rosales, Elvira Avaca, todas mártires, junto a otros 18 compañeros de las jornadas del 20 de diciembre de 2001, cuando un pueblo entero, sin preguntar de género ni edad, ejerció una formidable insurrección que hizo tambalear la gobernabilidad del régimen.
Éstas son para nosotros las mujeres de la patria. Mujeres aguerridas, que enfrentaron guerras, ejércitos, guerrillas, sindicatos, piquetes, marchas y puebladas. Que salieron como supieron o pudieron, solas o junto a sus compañeros, pero que se definieron ante todo como mujeres de lucha, mujeres de resistencia, al calor de un proceso político y social que no discrimina géneros a la hora de pedir sacrificios, ni pregunta la definición sexual a la hora de ofrecer puestos de resistencia.
Esas son las mujeres que reivindicamos. Ellas son nuestros ejemplos de lucha, y en las que pensamos a la hora de construir una sociedad nueva, donde podamos desterrar la explotación de nuestros pueblos.
Caminemos de conjunto a unas relaciones entre compañeros y compañeras en pie de igualdad y respeto, tal como lo demostramos a diario, construyendo las herramientas de resistencia que nos cobijan por igual en nuestra organización a hombres y mujeres.
Compañeras del MPR Quebracho y CTD Aníbal Verón
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